No, no estamos haciendo publicidad a ninguna empresa industrial, aunque pudiera parecerlo. Vamos a escribir de arquitectura y además de la de primera calidad. Podemos comenzar citando este nombre: Peter Behrens. Probablemente a muchos no les resulte conocido. Es indudable que no alcanza la fama de otros grandes arquitectos del siglo XX, como Walter Gropius, Mies van der Rohe o Le Corbusier. Los grandes genios. Sin embargo los tres tuvieron, entre otras, una cosa en común: todos ellos fueron discípulos de Peter Behrens y colaboraron con él en su estudio.
Así que podemos empezar a tomarnos en serio el nombre de Peter Behrens (1868-1940), un arquitecto que puede encuadrarse en los mismos orígenes del movimiento racionalista, dentro de ese reducido elenco de autores que constituyeron, sin formar grupo, el llamado protorracionalismo: el propio Behrens en Alemania, Adolf Loos y Josef Hoffmann en Austria o Auguste Perret en Francia, sin que nos olvidemos de las aportaciones de Henrik Petrus Berlage en Holanda. La búqueda de grandes espacios de concepción geométrica, el empleo del hormigón armado, la huida de los elementos decorativos o la tendencia a la simplificación de las formas son características de este grupo de arquitectos que nunca trabajó como tal.
Todos esos elementos están bien presentes en la fábrica de turbinas que Peter Behrens levantó en Berlín para la empresa AEG en 1909. Tratándose de turbinas... rebobinemos. Siendo como son las turbinas motores de gran tamaño, su fabricación industrial requiere espacios adecuados para ello. Así que el arquitecto diseñó un edificio de planta rectangular, muy alargada, que alcanza los 207 metros de longitud, para que en ellos pueda desarrollarse en línea toda la cadena de trabajo. Un espacio industrial, en definitiva, de esos que ahora resultan quizás tan abundantes en las periferias de nuestras grandes ciudades. Pero estamos hablando de 1909 y este edificio resultó completamente novedoso por la sencillez de su planteamiento y la eficacia de su diseño.
Behrens no pensó únicamente en las necesidades industriales de la empresa. Trató de atender también al confort de quienes habrían de trabajar en sus instalaciones. Ello explica el recurso al acristalamiento de las paredes laterales, lo que facilitaba también la aireación del interior. Incluso para llevar hasta allí más luz, toda la cubierta se resuelve a base de grandes cerchas metálicas, a modo de arcos diafragmas, que descargan directamente en el exterior y sostienen una amplísima montera de cristal e hierro. Tan sólo en las esquinas del edificio el arquitecto recurrió al empleo del hormigón armado, sin más decoración que las líneas que marcan las hiladas del encofrado, material que también usa en los hastiales superiores para componer una especie de singular frontón en el que figura el logo de la empresa. En un lateral queda el espacio dedicado a oficinas. Y no hay más nada, ni nada menos: el modelo de nave industrial en su estado perfecto.
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Pero Behrens no se conformó con el proyecto del edificio industrial, por mucho que su diseño marcase un hito en lo que a la concepción de espacios fabriles se refiere. Para la misma empresa alemana construyó también las viviendas de los obreros de la fábrica. Y no contento con ello, diseñó diversas piezas del mobiliario, desde relojes a máquinas de café, lámparas o ceniceros. Toda una concepción integral de la imagen corporativa. Behrens estaba trabajando a comienzos del siglo XX. Hoy habríamos dicho que era un arquitecto-diseñador.
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Toda una saga de arquitectos apellidados Behrens está recogida en esta página en alemán, con muy buenas ilustraciones. Podéis obtener más información (en español) en esta CityWiki dedicada a la arquitectura.