Muy probablemente el rascacielos pudiera ser considerado como el edificio más característico del siglo XX: un prisma que se eleva en altura... hasta límites que aún parece que no se han alcanzado. Precisamente, el prisma de base rectangular o cuadrada suele ser la forma más habitual de esas construcciones que tratan de ganar espacio en vertical. Sin embargo, no es esa la forma de uno de los rascacielos más antiguos de Nueva York. Me refiero al denominado Flatiron Building, enclavado en una estratégica parcela, justo en el encuentro de la Quinta Avenida con la calle Broadway.
Fue la forma de esa parcela, aproximadamente un triángulo rectángulo, la que explica la original planta del edificio, al que se le dio inicialmente el nombre de Fuller Building, por la empresa constructora y, al mismo tiempo, propietaria. Pero los neoyorquinos apodaron rápidamente al rascacielos con el nombre de Flatiron (plancha), porque su traza evocaba los aparatos de planchar de la época. Pero, más que la anécdota, lo que nos interesa de este edificio son las novedades que aporta, además de su planta ya de por sí misma original. El responsable de las trazas fue el arquitecto Daniel Hudson Burnham (1846-1912) quien, aunque nacido en el estado de Nueva York, había crecido y estudiado en Chicago, ciudad en la que inició su profesión en el círculo de William Le Baron Jenney, el creador de la denominada escuela de arquitectura de Chicago, de la que Burnham acabaría siendo uno de sus más destacados representantes.
Siguiendo los novedosos planteamientos de esa corriente arquitectónica, a la búsqueda de la verticalidad de los edificios, Burnham diseñó una construcción basada en un esqueleto de acero recubierto de piedra y ladrillo y con elementos decorativos tallados en la piedra de las fachadas. Es precisamente esa estructura la que permitió al arquitecto elevar el edificio hasta los 87 metros de altura, distribuidos en un total de 22 plantas (contando la azotea superior), con la singularidad de que en su lado más estrecho la obra no alcanza más de dos metros de longitud.
Pero igualmente llamativo resulta el "programa decorativo" que Burnham estableció en la construcción, verticalmente dividida en tres niveles que quedan visualmente bien definidos por dos amplias bandas decoradas con relieves, a modo de frisos bajo cornisas que se prolongan en los paramentos de la planta inmediatamente inferior. Toda esta decoración constituye un buen ejemplo de lo que en Estados Unidos denominan "estilo Bellas Artes", que no es otra cosa que una adaptación de los modelos historicistas que en la época de su construcción estaban triunfando en Europa. En este caso, la ornamentación del Flatiron nos remonta al Renacimiento y nos muestra una amplia variedad de temas, trabajados en relieve sobre piedra: motivos vegetales y animales, tondos circulares, roleos y cartelas diversas. Una cierta exhuberancia decorativa que contrasta con la austeridad característica en otros edificios de la misma escuela arquitectónica.
Cuando el edificio se terminó en 1902 los neoyorquinos comentaban con cierta sorna que la propia forma de la construcción contribuiría a crear fuertes corrientes de aire que acabarían por derribarlo. Han pasado más de cien años desde entonces pero, hace unos días pude comprobar de manera directa cómo es bien cierto que en la esquina del Flatiron Building el aire circulaba a unaa velocidad bien distinta de lo que sucedía unos centenares de metros antes. Sin embargo, con corrientes y todo, amén de algunos terremotos, el edificio se ha mantenido prácticamente inalterable hasta convertirse en uno de los hitos más característicos del paisaje urbano de Nueva York: una sólida construcción. Arquitectura moderna.
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Más información sobre el Flatiron Building en esta Web dedicada a la arquitectura neoyorquina y en este artículo de ABC. Ved más fotos en esta página. Gracias a D.C. por el hermoso contrapicado del edificio.
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